top of page

ABANDONED PLACES: THE WITNESS AND THE HERMIT

“ El miedo al abandono, amontona basura emocional y nos lleva a la decadencia.”

El miedo a la soledad provoca melancolía y hace que corramos detrás de fantasmas y castillos de humo.

Desde pequeños nacemos con el miedo al abandono, lo cual hace que nos aferremos a situaciones y cosas. Nos apegamos a objetos que nos pesan y mantenemos relaciones que ya no nos aportan nada. Esto acumula basura emocional que se amontona y no deja paso a lugares y momentos sanos.

La testigo es mi compañera Lupita, que observa fiel y en silencio sin juzgar.

Las obras fueron creadas en oficinas, villas, prostíbulos abandonados y en mi hogar.

El siguiente texto es de la critica de arte e historiadora Amalia García Rubí sobre mi proyecto "La salita verde de mi abuela Aurora":

EROS Y THANATOS, DE AMOR Y MUERTE

Detrás de muchas de las imágenes agrupadas en la amplia serie “Lugares Abandonados, Testigo y Ermitaño” , a mi juicio una de las más interesantes aportaciones de esta exposición, aparece de soslayo ese “oscuro objeto de deseo”, el erotismo y su negación como búsqueda subconsciente, una de las emociones más contradictorias y con mayor impacto e influencia en la historia del arte, tanto desde su calidad de recurso mitológico como en aquello que ahora más nos interesa: su expresión profunda del ser dual o el desdoblamiento de identidades plasmado en el pensamiento rimbaudiano “Yo es otro”.  

Eros y Thánatos es sin duda el mejor reflejo de los instintos freudianos básicos que Bataille llevó a lo subversivo embriagador dando una vuelta de tuerca más al depredador e incitador desencadenamiento de deseos humanos. Un tema que de manera casi involuntaria nos conduce de lleno al surrealismo y sus concesiones sobre lo bello libérrimo y lo destructivo horripilante. O como mejor explica el siguiente párrafo de O.J. González Molina en su ensayo sobre Historia del Ojo: El placer unido a la muerte, el Eros entrelazado con el Thánatos, despliega la perversidad humana que se resume en ese sentimiento límite que nos instala en una situación ambigua, donde experimentamos con igual ahínco y fascinación tanto el goce extremo como el dolor lacerante.

“El miedo al abandono, amontona basura emocional y lleva a la decadencia”, nos recuerda Mónica Vázquez. Sin embargo, podríamos añadir que, frente a ese temor racionalmente interiorizado y plasmado en cuerpos desvalidos, extraviados e incomunicados, aparecen otros extrañamientos subconscientes abiertos a emociones como pudieran ser la atracción fatal hacia lo abismal y siniestro, el viaje hacia el mundo desconocido de los sueños o el poder de seducción de lo prohibido, donde se hace patente la mirada testimonial e indiscreta del ojo-vouyer (“testigo ocular”), al que debemos contraponer “el ojo en estado salvaje” prefigurado por André Bretón, es decir, aquél que existe liberado de todo prejuicio o convención. Una verdad surrealista que, huelga decir, fluye de manera natural e imparable a lo largo de toda esta exposición. Pero también el ojo que duerme, y ve en la oscuridad mundos vetados a los sentidos. El surrealismo reivindicó el sueño como “la otra mitad de la vida”: un espacio de afirmación, no sólo del deseo, sino de todo aquello que no conseguimos alcanzar mientras estamos “despiertos”. Un arco que fluye: eros, luz, conocimiento.

Amalia García Rubí.

DSC_3230 copia-1.jpg
_DSC0780-1 copia 5.jpg
DSC_6872 copy copia.jpg
DSC_5494 copia 5.jpg
DSC_7579.jpg
DSC_2931 copia 3.jpg
_DSC0780-1 copia 3.jpg
DSC_3220 copia 4.jpg
bottom of page